VENDIENDO PROSPERIDAD. PAUL KRUGMAN
(Extracto de la Introducción)
“... ¿Pero, de dónde proceden las ideas sobre la economía? Proceden, por supuesto, de los economistas; por economistas entendemos a la persona que piensa y escribe regularmente sobre cuestiones económicas. Pero no todos los economistas son iguales y, en realidad, la clase abarca dos especies radicalmente distintas: los profesores y los vendedores de políticas económicas.
LOS PROFESORES
Por profesores, entendemos a los economistas que son profesores universitarios. No todas las personas que el espectador ve que se presentan en televisión como economistas son miembros de este grupo. De hecho, muy pocos lo son.
LOS PROFESORES
Por profesores, entendemos a los economistas que son profesores universitarios. No todas las personas que el espectador ve que se presentan en televisión como economistas son miembros de este grupo. De hecho, muy pocos lo son.
Si el lector ve a los economistas que aparecen en la televisión a primeras horas de la mañana, observará que son en su mayor parte personas que realizan predicciones económicas, cuya tarea es hacer declaraciones confiadas, pero casi siempre equivocadas, sobre lo que va a ocurrir en los próximos meses (los profesores universitarios llaman despectivamente economía a lo que hacen estas personas.
Si ve a los que aparecen en programas de debates que se emiten la tarde o los fines de semana, serán en su mayor parte vendedores de políticas económicas.
Casi nunca verá a algún economista al que los profesores universitarios consideren como importante o interesante.
Por ejemplo,
ni Robert Lucas, que es sin lugar a dudas el economista teórico más influyente en los años setenta, ni Paul Romer, que es indiscutiblemente el teórico más influyente de los ochenta,han aparecido nunca en ningún programa de debate sobre temas de actualidad.
Entonces, ¿Qué más da? Si los profesores de economía son invisibles para el público, ¿son importantes? Ciertamente, son menos importantes de lo que a ellos les gusta imaginar, pero sus ideas sí lo son, lo suficiente para que merezca la pena ver quienes son y porque piensan como piensan.
La característica más evidente de los profesores es, por supuesto, que son profesores, es decir, una especie que, como los pingüinos o las avestruces, es, inherentemente, algo ridícula. En el sistema universitario de Estados Unidos los profesores de economía logran un puesto estable, y consiguen la reputación que les reportan otras gratificaciones académicas, publicando, por lo que publican ingentes cantidades, miles de artículos al año en decenas de obscuras revista. La mayoría de esos artículos no merece la pena leerlos y, en todo caso, muchos de ellos son de imposible lectura, porque están llenos de densas matemáticas y de una jerga aún más densa.
Es fácil ser cínico sobre las motivaciones de las personas que escriben estos artículos. No progresamos como profesores de economía resolviendo los problemas reales de la economía real, al menos no de una manera directa, sino convenciendo a los colegas de que somos inteligentes. En un mundo ideal, demostraríamos nuestra inteligencia desarrollando deslumbradoras ideas originales o presentando pruebas definitivas de cómo funciona realmente la economía. Pero la mayoría de de nosotros no sabemos hacer eso, al menos no sistemáticamente, por lo que los profesores buscamos métodos más seguros. Y, por lo tanto, las teorías económicas más conocidas entre los profesores tienden a ser las que mejor se prestan a una elaboración ingeniosa sin innovaciones fundamentales, que es una manera de demostrar que uno es inteligente vertiendo el vino añejo en odres nuevos, normalmente con etiquetas matemáticas más elegantes.
Y, sin embargo, por muy ridículos que parezcan a veces los profesores, su trabajo no es del todo un juego académico. Al fin y al cabo, todo lo que acabamos de escribir sobre los profesores de economía podría decirse, perfectamente de los profesores de física o de los médicos que se dedican a la investigación, pero la física y la medicina han hecho asombrosos progresos con el paso del tiempo. Acerquémonos y veremos que todo es ego, pequeñeces y afán de medrar; alejémonos y veremos una empresa que aumenta continuamente nuestros conocimientos. …”
Mas adelante, Krugman continúa diciendo,
“…. El paralelo con economía no es perfecto, pero no está demasiado lejos. Los economistas saben mucho acerca de como trabaja la economía y pueden ofrecer algunos consejos útiles en situaciones de como evitar las hiperinflaciones (con toda seguridad) y las depresiones (usualmente). Pueden demostrarle a usted, si usted quiere oírlos, esos remedios caseros para los infortunios económicos como las cuotas de la importación y los controles de precio. que son tan útiles como las sangrías médicas. Pero hay mucho que no pueden curar. Sobre todo no saben hacer de un país pobre un país rico, o devolver la magia de crecimiento económico cuando parece haberse ido.
Esas limitaciones son un gran problema para los políticos, quienes quieren oír respuestas positivas. Pocos políticos inteligentes (o por lo menos sus empleados) navegan cuidadosamente en las aguas de los académicos, buscando ideas que puedan llegar a ser temas que se conviertan en votos. Pero la mayor parte los políticos hallan las deficiencias de la academia.
¿Porqué? La respuesta habitual es que mucho de lo que escriben los académicos es denso y técnico. Aunque muchos de los académicos más influyentes son realmente capaces de escribir en una forma clara y no técnica, cuando la ocasión lo exige. Martin Feldstein de Harvard, quien trabajo mucho para legitimar las críticas a la carga impositiva durante los setenta, ha escrito docenas de artículos lúcidos en revistas no académicas. Alan Blinder de Princeton, quien ayudó lleva la antorcha liberal durante los ochenta, escribió una columna permanente para BusinessWeeky y un elegante texto sobre la economía norteamericana. Muchos académicos son incomprensibles, pero no hay escasez de economistas, con pulcras reputaciones académicas que sean realmente capaces de ahormar temas de política simples y pertinentes.
No, el problema que los políticos tienen con los profesores no está en el fracaso de la comunicación; está en la falta de decir lo que los políticos quieren (o necesitan) oír, sobre todo cuando tratan de tomar el poder de otros políticos. Y la necesidad es la madre de la invención: un grupo diferente, los empresarios de la política, se ha aupado para llenar el hueco.”